El caso del amerizaje de emergencia de un avión en Canarias, que resultó ser un remolcador que
flotaba perfectamente, merece una profundización para explicar porqué, más que
un avión, fue media profesión periodística del país a precipitarse, al dar una
dramática noticia que en 10 minutos resultó ser completamente falsa.
Como todo el mundo ya sabe, un twitt del 112 Emergencias de
Canarias, que alertaba que un avión flotaba en el mar, desencadenó una reacción
en cadena que, entre muchos y más graves efectos, procuró un enorme dolor de
cabeza a medios de comunicación, agencias de noticias, renombrados
comunicadores, periodistas veteranos e improvisados que se precipitaron, ellos
si, a retwittear la presunta noticia.
En pocos minutos nos “informaban” que el avión era un Boeing
737; que pertenecía a la flota Tui; que había despegado unos minutos antes del
aeropuerto de Tenerife; que había amerizado en frente a la playa de Telde; que
ya había una foto en la red donde se veía claramente el avión flotando en la
mar.
Solo 9 minutos después ya llegaba el desmentido oficial: no había
ningún avión flotando; lo que flotaba, perfectamente, era un remolcador que
transportaba una grúa amarilla, que alguien confundió con la silueta de un avión
en la mar.
Todos los que se habían precipitado a “informar” de un
posible desastre aéreo de grandes proporciones, sin contrastar adecuadamente la
veracidad de la noticia que estaban difundiendo, se precipitaron otra vez en adosarle
toda la responsabilidad del único verdadero desastre del día al 112 Emergencias
de Canarias.
“Era una fuente oficial” dijo alguien, “¿cómo dudar de su
veracidad?”. “¿Qué culpa tenemos si era
un bulo?”
Lo que hace del periodista y del cartero dos profesiones muy
distintas es la circunstancia que mientras el primero sabe lo que dice o escribe, y lo dice y lo escribe
a sus seguidores garantizándoles que es verdad, el segundo se limita a tramitar
la comunicación que le confía el remitente para que la entregue al
destinatario, sin darse mínimamente cuenta del contenido que entrega por cuenta
de un remitente que no conoce.
El periodista, al contrario, elige sus fuentes libremente,
las acredita según su juicio, se hace garante con sus lectores de su fiabilidad
y responde en primera persona de lo que difunde.
La verdadera característica de un periodista de verdad es que
no cuenta tonterías, ni las suyas ni las de los demás.
Cuando un periodista decide difundir como propia una
información que le llega de una fuente, automáticamente pone en juego con sus
seguidores su credibilidad profesional, no la de la fuente.
En el caso en cuestión, la noticia no fue: “112 Emergencias de Canarias comunica…”. En muchísimos caso se difundió directamente, avalando en primera persona una noticia sin una averiguación directa, la que todo periodista habría tenido que imponerse rigurosamente, tratándose de un supuesto desastre con muchísimas posibles víctimas, y que resultó ser un espejismo fotográfico, y fu desmentida en pocos minutos por quien habría tenido que ser interpelado por los medios, antes de difundirla.
Por eso los periodistas de verdad no pueden echarle el muerto
encima al 112 Emergencias de Canarias, que tiene indudablemente mucha
responsabilidad; porqué la decisión de difundir lo que en unos minutos resultaría ser una tontería, la tomaron ellos, sin preocuparse suficientemente de
contrastar si era o no cierto.
Todo esto pasó porque en época digital decir una tontería
parece menos grave que llegar tarde. Parece, no sin la vanidad de la ante-prima y de la exclusiva que tanto perjudican la calidad de la información, que rectificar, hasta al desmentido total,
descalifica menos que decir una tontería.
Y las tonterías, ni propias ni ajenas, no van con la
profesión. Mejor hubiese sido pedir humildemente perdón y callarse hasta la
próxima vez que vaya a pasar lo mismo.
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